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domingo, 25 de abril de 2010

NY XIII - LA LLAVE DE MANDALA SE QUEBRO?



La primera vez que invité a Ama, es decir, que me animé con el cuerpo temblando como un pez recién sacado del mar, me dijo "sí" sin preguntar, sin peros, ni horarios, ni excusas, ni lugares "especiales".

Estábamos en la escalera, la misma que unió a todos los vecinos en la cruzada de ir a rescatar la verguenza de Mr. Hoytz,

Ella salía corriendo a la oficina y yo volvía de comprar granola, un puro y comida para Luca.

- Sí, dale. Me dijo y siguió su camino cuesta abajo.
- Sí, qué?. Dije con un hilo de voz. Ella se detuvo, pero no se dio vuelta. Solo respondió categoricamente.
- Sí, yes, we, quiero cenar con vos y siguió escaleras abajo
- Dale -balbuceé- a donde vamos?, digo, ya sé a donde podríamos ir, pero no sé si te va a gustar. Pensaba en hoy por la noche, pero -disculpame- tal vez tengas algo o no quieras hoy. o.... Me interrumpió-
- Hoy a las siete pe eme. Tocame el timbre, cocinamos algo.
Gracias a Dios - porque miserablamente en estos casos creo en Dios - Se me dibujó una sonrisa enorme y colorada como una caja de puros cubanos de la tienda de Al. Quise decirle algo, responder, pero simplemente me quedé con "no words to say".

Ella no esperó respuesta, siguió escaleras abajo hasta que, cuando estuvo a punto de desaparecer, cerré los ojos para no verla desaparecer. Por qué? Me lo dijo una mujer en José de la Quintana, un pueblito cordobés a 20 kilómetros de Alta Gracia: "nunca mires a una persona hasta que desaparezca, tal vez no la veas más en tu vida".
Cuando Ama  estaba por girar y perderse, cerré fuertemente los ojos para que el conjuro no se cumpla.
Subí corriendo, me tropecé 2 veces. Abrí la puerta. La de casa, como todos los días. La de mi corazón, como hacía tanto tiempo no abría. Dos pisos más abajo, Amalia Sevilla, la arquitecta, tenía la llave.

Gustavo Bonino 

sábado, 3 de abril de 2010

NY XII - SOLO DE MI




- Nooooo! me quedé sin huevos... Solté la puteada al aire.

Odio quedarme sin algo cuando ese algo se transforma en el eje de mi alegría, de lo que me corre de la rutina o de la tristeza. Es como ser fanático de algo o de alguien. Concentrás tu vida en ser fana de BOCA y llevas la cosa al extremo ridículo, porque necesitás creer en algo. Porque es una forma de pertenecer a algo, de darle sentido a tu vida cuando está vacía (aunque creas que está "tan llena, porque soy un tipo re ocupado, tengo una vida plena").
Comer huevos revueltos me encanta.
Portazo a la heladera que ya sabe de mis arranques de furia. De mis olvidos o, mejor dicho, de mi "recuerdo" tardío. Tarde, siempre tarde. No llego a la lavandería, nunca termino los papeles para el Social Security, todos los meses me llaman del banco por algún problema que "el mes que viene voy y lo soluciono",  Luca más de una vez ha tenido que comer pizza porque tampoco llego a la veterinaria en horarios normales. Pero desde que vivo en NY perdí la noción del tiempo y juro por Dios que es una de las cosas que ahora, cuando estoy necesitado me fastidian, pero que, en general, disfruto, como se disfruta de un suspiro profundo. Mis días consisten en buscar fuentes de inspiración para mis columnas en el Soho-ho, el Blog que me permite seguir viviendo aquí. Ir a Magnolia´s Bakery a comer cupcakes, tomar café negro y fumarnos un cigarrito holandes con Al y Luca, en la plaza de enfrente, es una de ellas. Nos sentamos en la plaza de enfrente, a donde concurre una fauna de gente muy rica en historias. Eso me nutre de lo que necesito. Contar historias singulares. Nada estrafalario. No me exigen escribir sobre las Gesta del Beawolf ni la vida y obra de Veda "el venerable". No. A la editorial le gusta cuando le llevo historias reales, llenas de vida, aunque la historia se trate de la muerte. Novedades, lo que no está en los libros escrito cientos y cientos de veces con distintos matices.
Estaba de pésimo humor, Al no me acompañaría a tomar café, no tenía huevos,  Luca había hecho, más que pis, el Rio Hudson debajo de la mesa. Todo estaba mal, hasta la que la muerte de Samuel Hoytz me salvó la vida.

Samuel Jacob Hoytz, un vecino del 3ro "C", murió en soledad. Desde luego que todos nacemos, vivimos y morimos solos, frase harto repetida y tan poco meditada. La soledad viene antes que Dios. Hubo nada y luego apareció Dios que comenzó a crear -sospecho- para no aburrirse, solo, en el medio de la nada. La soledad entonces, sería la instancia más primitiva?.
Soledad
Dios
Protozoos
Adan
Homínidos
Darío el Grande, Rey de Persia y yo, salvado por Samuel Hoytz, cuya muerte y el tema de su soledad, me dieron pie para mi próxima columna.

Cuentan las viejas chusmas del edificio que, cuando lo encontraron (yo no entré, el olor pútrido me noqueó en la puerta), salían y entraban cucarachas por su boca. Un nido humano. Llevaba una semana muerto.
Alertadas precisamente por ese muy mal olor y la falta de respuesta a distintos toques de timbre, es que varias vecinas comenzaron el salvataje de - al menos - la decencia de los restos de Hoytz.
Fueron en "patota" a llamar al señor O´ Ryan, el conserge del edificio. Hombre uraño y solitario. Viudo, fanático de los Yankees. No se pierde un juego. Conmigo es amable. No sé por qué, tal vez porque jamás le pido nada, no soy de esos que basan sus vidas en joderle la vida al otro. Cierta vez me dijo que me dejaría su fortuna: un Oldsmobile Cutlass modelo 62, color celeste pastel, que lo tiene de 0 KM y todo porque cierta tarde, en las afueras de Philadelphia, en una maquinita que te saca el origen de tu apellido, descubrimos que el origen del nombre O´Ryan significa "el que es rey".
Las vecinas fueron armando, como hormigas, una red social y, desde luego, no quedé excluído. Me golpearon la puerta. Ocho, diez, doce manos, golpeando, como furiosos cascotes, a mi puerta. Abrí de inmediato o Luca iba a enloquecer del ataque de pánico y ladridos desorientados. Me convidaron a unirme a la causa. No tuvieron que insistir demasiado, me lo pidieron con una sonrisa rígida, tan "politicamente correcta" pero tan cortés a un tiempo, que no pude negarme. Si me hubieran puesto una pistola en la cabeza hubiera sido lo mismo. El grado de hostilidad en sus sonrisas era directamente proporcional a la espera de mi "sí, claro".
Y así fuimos subiendo, reclutando vecinos como se juntan piñas para prender fuego en un hogar a leños.
Fue inevitable. llegamos al departamento de Ama. Nos abrió con el secador de pelo en una mano y su minúsculo perro en la otra.
Todos tenemos un amor platónico y Ama -definitivamente- era el mío.
- Qué hacés con estas viejas? Me preguntó mientrás nos acercábamos a la puerta del futuro difunto señor Hoytz.
- Me atraparon igual que a vos, estas locas de mierda. Le respondí. Ella sonrió. No dijo más nada.
Ella llegó al edificio un tiempo después que yo. Argentina también. Pero de sus 32 años, 20 los pasó en Washington, ciudad de la que se fue, porque una noche llegó de viaje y al entrar al departamento que compartía con su novio, lo encontró con otro tipo. 
- Puto de mierda o mierda de mujer?, se preguntó en una de las poquísimas charlas que tuvimos.
Hija de un diplomático. Artista plástica. Difícil. Sorda, de tan egocéntrica. Morocha, alta. La bella y la  bestia en una misma persona.
Llegamos a la puerta del pobre Hoytz. O´Ryan la abrió con una indiferencia que contrastaba con el zumbido nervioso de las vecinas. Definitivamente muerto. Desde la puerta, no miré el cadáver. Solo me detuve en su soledad. Un crucigramas a medio hacer, un plato de sopa seca sin siquiera un individual sobre la mesa. La T.V. encendida en el Weather Channel y en la mesa que sostenía el plato de sopa había solo una silla. Me vi a mí en unos años. Quise hacerle algún comentario a Ama, pero ya no estaba en el lugar.  
Bajé discretamente hacia  la la calle, fui a comprar huevos que luego no comí. Un terror a la soledad, un ataque de conciencia me abrazó. Necesitaba estar rodeado. Hasta me alivió escuchar los insoportables bocinazos de los taxis. Pasé por la tienda de Al.
- Cuantos amigos tenés? le pregunté.
- Pasáte en otro momento que tengo el negocio lleno y  me faltó el imbécil de Julio. Me dijo alterado.
Al tenía el negocio lleno. Yo, con media docena de huevos en la mano, me sentí más vacío que cualquiera. Comprendí que todos, si modificamos el caprichoso orden de las letras,  nos llamamos Samuel Jacob Hoytz.


Gustavo Bonino