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martes, 30 de septiembre de 2008

ANÁLISIS DEL CUENTO: LA NOCHE BOCA ARRIBA DE JULIO CORTÁZAR



ANALISIS DEL CUENTO: LA NOCHE BOCA ARRIBA, DE JULIO CORTÁZAR.

Hay autores de la literatura fantástica contemporánea o, para ser más precisos, hay relatos que recurren al “hecho fantástico” como un modus operandi para torcer situaciones ordinarias y llevarlas al plano de lo “irreal” y resolver una historia. Cortázar es uno de ellos. Nos basta un ejemplo para comprobarlo: Autopistas del Sur, por ejemplo, en donde un simple embotellamiento de carros en una autopista francesa se transforma en un caos que llega al límite de lo real, quiebra la barrera y ya pasa del lado de lo fantástico. Carros que están durante días atascados en donde se crea una microsociedad, un pequeño mundo que nace a partir del hecho fantástico.
Pero Cortázar es un autor que no limita su producción literaria solo a transformar un hecho normal en algo fantástico, como lo hizo con: Queremos tanto a Glenda o con Las ménades. Va más allá. Y este es el caso de un cuento muy curioso: La noche boca arriba.
Borges solía recordar, cada vez que podía, el sueño de Chuang Tsu, quien soñó que era una mariposa y al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Chuang Tsu.
En La noche boca arriba, Cortázar recurre a este recurso. La del soñador soñado. La trama cuenta, básicamente, la salida de un muchacho de su trabajo en su motocicleta. Ya es tarde, conduce rápido con una aparente felicidad hasta que atropella a una señora y se accidenta. Cae al pavimento y la moto se le viene encima. A partir de ahí Cortázar utiliza el método del buen cuentista: minimiza/aliviana, con mucha solvencia, la tragedia. El accidentado, que no tiene nombre y este hecho no es casual, llega a una clínica en donde es enyesado y puesto en una habitación junto a otras treinta personas, en condiciones de cuidado.
Es acá, en este punto del cuento, en donde ocurre el hecho que trasciende lo fantástico para ir a lo sobrenatural. El muchacho, rendido de cansancio por todo lo vivido, se duerme y entra en un sueño (al igual que Chuang Tsu). En ese sueño, el protagonista se encuentra tratando de huir de los aztecas. O sea, su sueño se remonta a la civilización azteca, a la cultura prehispánica en Meso America. Inmerso en el sueño, lo que le llama la atención es el olor. Un olor distinto, de otros mundos. Otras épocas. El muchacho, en su sueño, pasa días escondiéndose del enemigo hasta que es capturado y su destino es la muerte. Aquellos hombres lo elevarán a lo más alto de un altar, en medio de fuegos rituales de una ceremonia mortal. Agitado, de despierta. Se da cuenta que todo ha sido un sueño. Un compañero de habitación le explica que seguramente delira a causa de la fiebre, “a mi me pasó”, lo consuela. Ve camas con gente convaleciente a su alrededor, ve una luz violeta tenue que, lentamente, se apaga.
Entonces viene lo maravilloso del cuento, el conflicto central. La luz violeta de la sala se apaga y el muchacho entra nuevamente en su sueño, que se torna real. La angustia de vivir dos realidades sin saber cual de las dos es la cierta. O acaso ambas lo son?.
Apresado y puesto boca arriba (al igual que en la camilla del hospital), preparado para ser sacrificado por los aztecas en medio de fuegos fatuos y coros infernales, el muchacho logra despertar por última vez para verse ya rendido, ya muy cansado como para permanecer ahí, en el hospital. Hace un esfuerzo por no caer en el sueño, por no ir del otro lado de la realidad, como una chaqueta reversible: cuál de los dos lados es el real?.
Ya entrado en el sueño, como indio moteca apresado por los aztecas, se da cuenta que el otro, el muchacho sin nombre, el muchacho del sueño (Chuang Tsu), estaba siendo soñado por la mariposa. Qué él, el chico de la moto no soñaba, sino que fue soñado por el otro, el indio moteca que se dirigía a su inexorable final, con el sacrificador azteca ya cerca de él, en un tiempo remoto. Ese indio apresado, soñó mientras estaba en la antesala de su muerte, que iba por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin humo ni llamas. Iba, en sus sueños, montado en un inmenso insecto de metal bajo su cuerpo, hasta que cayó y quedó tendido boca arriba, con sus ojos cerrados, en medio de todos los fuegos.


Gustavo Bonino

jueves, 11 de septiembre de 2008

SOBRENADA: DIA DEL AUTOR






TODOS SOMOS ESCRITORES... (?)

Hoy, en el día del autor, siento una gran confusión. No tanto por la fecha ni por las personas que viven, que comen, expresándose con la palabra escrita. Sino por el significado que conlleva esa magnífica palabra: AUTOR.
Desde luego empezaré hablando de mí, pero no por vanidad, sino para ilustrar un poco lo que intento plasmar en esta página, que tal vez ni merezca ser leída. Recuerdo que a los seis años, mi abuela, la esposa de Alberto Vacarezza, me regaló mi primera biblioteca Billiken. Pienso en algunos títulos: Robinson Crussoe, Bomba: el Niño de la selva, 20 mil leguas de viaje submarino, La isla del Tesoro, de R. L. Stevenson. Más tarde llegaría el cine: All That Jazz, La guerra de las galaxias, E.T. y otros.
Crecí entre estos libros, entre amigos y primos, con los cuales jugaba a ser pirata, marino o soldado o un chico escapando en una balsa, a la manera de Huck Fynn. Mi madre puede dar fe de esto. Leía como ahora lo hace mi sobrino Facundo, con Harry Potter. O sea, crecí en un mundo de fantasías, de fantásticas aventuras. Yo no sabía absolutamente nada de ediciones ni de autores y apenas si podía seguir las líneas de esos entrañables libros con mi dedo para no perderme. Pero una magia me atrapó. Yo sabía que ahí existía una puerta a un mundo que, desde luego, en Palermo o en Almagro no alcanzaría a ver. Hoy, a la distancia comprendo que Blind Pew, ese pirata zorro o que Hyde estuvieron en mí desde siempre. Qué la atracción hacia la literatura estuvo desde siempre. A los doce años, tía Charo me regaló mi primera máquina de escribir. Una Lettera 22. Ahí comenzaron a brotar en mí Hyde y Jekyll. Cometí el error de escribir porque otros grandes lo hicieron. Un impulso me ganó. Ojala no lo hubiera hecho nunca. Ojala hoy pudiera tener un quiosco o una empresa sin la menor culpa. Sin pensar que se me está yendo la vida y le estoy dando la espalda al escritor. Hyde no me deja en paz. Trabajé en oficinas varias siendo Jekyll. Pero Hyde no dejó ni un solo día de acompañarme, de mostrarme que yo soy el otro. Que mi sendero, como en el magnífico cuento de Borges, se bifurca y da hacia una biblioteca y no hacia una oficina. Pero no estoy tan seguro. Y así andan Jekyll y Hyde, peleando en mi cabeza. Riéndose de mi cobardía. De mi indecisión. Hubiera sido mucho fácil ser lector. Desde una cómoda oficina, leer a Cortázar, a Rulfo, a Sándor Márai, a Ann Michaels, pero no puedo. Y una fuerza que no llega a ser tal, como la leche que está por hervir y se calma ante el cese del fuego, me anima y luego acalla. Me enloquece. Me dice que mi destino es literario. Pero veo alrededor a gente que se dice “autor” y no sé que pensar. Estoy perdido. Siento, esto me ocurre muchas veces, que no soy digno de Borges, de Moliere, mucho menos de Shakespeare o de Tennessee Williams. Ni siquiera soy digno de Vacarezza, de cuya obra descreo.
Me pasa un hecho curioso. Yo, que no me siento digno de poder tomar la pluma o la posta de otros que lo hicieron mejor, me encuentro con que varios lo hacen. Escribir se ha puesto de moda. Todos pueden escribir. Muchos ganan dinero y hasta son ricos con la Literatura. O sea, con la prosa, la lírica y el drama.
Esto no debería ocupar mi tiempo. No debería importarme. Pero hoy es el día del autor y pienso (acá hay un poco de enojo de mi parte, lo confieso) en la cantidad de personas que se hacen llamar autores, sin tener conciencia de lo que esa palabra significa. Tal vez sea eso, tal vez para ser autor se requiera de un poco de inconciencia, de valor, de arrojarse al vacío. Repito, pienso en Cortázar y me parece un suicidio, más que un acto de valor.
Como vivimos en la “era digital” es lógico que mucha gente se vuelque a escribir para la T.V., el cine, los medios gráficos. Hay que comer. Cuantos de esos autores tienen la valentía de tirarse. Y aunque no tengan nada interesante para contar, encuentran al público que los lee. Admiro el valor de esa caída. Ese logro al que yo no accedo. Al que no sé como acceder.
Si esta situación es real, si hay miles de personas que escriben por moda, por ganas, por vocación y el producto resultante es, por llamarlo de alguna manera, pobre o vago comparado con autores como Pessoa o Marai que ni siquiera conocieron la fama, el dinero o el éxito en vida, se me planta delante una pregunta capital: Todo aquel que escribe –aunque gane dinero y viva de ello- es Autor?.
No tengo la respuesta. Cada uno va a defender su posición y seguramente será sólida y suficiente. No desmerezco a nadie en particular. No envidio ni me vuelco en contra de nadie. En todo caso, el único responsable de mi mareo, soy yo. Tengo tantas incógnitas…
Por qué, por ejemplo, la gente que escribe para los medios, corre todo el tiempo?, hasta cuando no es necesario hacerlo. Tal vez el talento se suple corriendo?
Cómo se demuestra el talento en el medio de la locura, de las corridas? Existen, pude comprobarlo, ciertas reglas, ciertas lianas, para no caer, para subsistir como autor en esa vorágine:

Sé un buen escritor de remates harto repetidos y de frases fuertes (aunque sean vacías).

Escribe rápido aunque tengas tiempo.

Corre, corre y corre cuando te mire un productor. Habla agitado. Y cuando no te mire nadie, haz lo mismo, corre, corre y corre por las dudas, para no perder la costumbre.

No leas libros, no es tan importante. Valorarán más tu velocidad al escribir frases impactantes al oído y huecas al sentido, que tu talento y ritmo natural.

Aprende de los diálogos que abundan en los medios, no de Armando Discépolo o de Tennessee Williams. Eso no deja plata.

Acuérdate el nombre de todos los actores y llámalos por el nombre de pila. Por ejemplo: China Zorrilla se dice "China". Mercedes Morán es: "la Morán". No importa si jamás viste la película Mi Tío o no leíste el Siddartha, de Hesse.

Copia, NO PIENSES ni trates de hacer algo nuevo: los custodios de los productores y editores te vigilan, celosos.

Ríete del chiste del productor, del editor, aunque sea una idiotez. Celebra sus ideas aunque sean pésimas y si se da cuenta de ello, recula con él, palmeándolo en la espalda.

Grita fuerte: los productores y editores escuchan, no leen.

En los medios hay gente que no tiene idea de que la palabra inmadurez se escribe con Z. No te preocupes, nadie lo notará. Jamás delates ese error. Haz la vista gorda. Qué importa una Z si el negocio marcha bien.

Devora, destruye al que intente hacer algo bueno, algo nuevo. Ahógalo, no lo dejes nacer. Estas perdonado. Desde Jesús hasta hoy, ocurrió siempre.

Búrlate de los mayores. Ríete de Migré, de Tato o de Olmedo. Celebra las novelas que valoran la cumbia y el hablar sin sentido alguno.
"No hay tiempo", repiten como un rezo sagrado. Se trabaja sin orden. Sin paciencia. Sin metodología. Sin enseñanza. "CUANDO HAY ORDEN NO HAY NADA QUE HACER" reza el TAO TE KING, que adorna, polvoriento, a tantas bibliotecas.
Cuanta pobreza tienen los muchos libros que se escriben, atiborrados de frases hechas, copiadas, de clichés, de falsa contundencia. Refritos y polución. Se terminó la magia? Y la Isla del Tesoro? Y Babilonia?
Veo asombrado a un ejército de autómatas que se enriquecen escribiendo malas copias. Pornografía barata. Porque hasta para copiar se necesita cierto talento.
Me intranquiliza que pensar que si esos autómatas se enriquecen, es porque gustan. Entonces yo empecé mal. Con el pie izquierdo. Y hasta quiero maldecir aquel día en que la Lettera 22 llegó a mis manos.
Estamos rodeados de locos apurados que escriben barbaridades. Que piensan con el hígado. No imaginan. Copian fórmulas exitosas. Un ejército de ignorantes tomó a la palabra Literatura. Y, como los personajes de CASA TOMADA, nos dejamos invadir. No hicimos nada.
Estoy aprendiendo... El talento, al menos en este país, no se valora tanto como la sagacidad. Y está bien si es así. Solo quiero tenerlo claro. Para luego aceptar o no las reglas del juego. Quiero saber contra quienes tengo que luchar el día que me anime y entre en la batalla.
El talento natural es la amenaza de los mediocres. A los dinosaurios no les gusta la música nueva. El baile es para pocos y la admisión la manejan ellos.
Tengo que desaprender y adaptarme?. No sé si soy digno de esa respuesta. No creo ser autor, escritor o dramaturgo. Hyde y Jekyll siguen pasándose mis dudas como si fueran una pelota que no logro atrapar para ver de que lado del festejo estoy, en un día como hoy.
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Gustavo Bonino (En el día del autor)